Es tan triste haber luchado tantos años por un ideal y que de un día para el otro venga alguien y te abra una ventana en donde creías que tenías un muro de 45 centímetros.
Que venga ella y te abra los ojos a un mundo que creías ya desaparecido.
Deseos. Pasiones. Ímpetus. Delirios.
Humillación…
No hace mucho que empezó, pero ya me esta quemando por dentro. Su rostro es tan tosco, que no debería sucederme esto. Es tan poco sensual que debería pasar desapercibida. Es tan bruta que no debería anhelarla. Y aun así me atrae.
Imagino ser una hechicera poderosa como para obligarla a quererme. Le robo una lágrima y la enamoro para siempre. La invito un martini y queda amarrada a mi de por vida.
La hago enojar para poder controlarla y fundirme en su cuerpo. Le robo caricias y ella no sabe que son involuntarias. Me mira y se derrite como lo hice yo en este comienzo, pero ya no me sirve, tengo que librarla de esta mentira, la encanto nuevamente y se marcha.
De nuevo estoy sola, mis ojitos brillan a la luz de una vela.
Su cuerpo ya no es mío, y aunque lo deseo como siempre no pienso en repetir mis hazañas.
Una tardecita de julio, con el frío propio de esos días, alguien toca a mi puerta. Es ella, esta llorando, me abraza y me cuenta sus tristezas, me pide que la abrace y me hace el amor.
Estupefacta, por la mañana siguiente, me levanto y me marcho semidesnuda de la habitación. Intento dejarla, pero me retiene y me afirma que no era necesario mi hechizo de amor, lo único que hice fue desinhibirla. Lograr que su boca se atreva a probarme, por un instante soy feliz. Me besa y se disculpa por no ser lo suficientemente fuerte para una persona como yo. Me abraza y se marcha.
Tengo actualmente 92 años, en ese entonces tenía 20 y nunca volví a verla, sólo se que se marcho a un país lejano, apartada del mundo y solitaria como siempre lo fue.
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