domingo, 18 de julio de 2010

mañanas palpitantes


Esta mañana decido escribir, aun no decido a quien, pensando en mis heridas, en mis errores y los que no lo fueron.
Gritando con mi garganta raspada, con mi mala respiración, leyéndole un poema a la que sin querer herí.
Sin fecha, sin hora, sin culpas, sin espalda.
Intentando explicar que solo ella tiene el derecho de tutear a la que un día le mintió, de insultarla, de golpearle el corazón.
Trabajadora de un papel, trabajadora del dolor.
Ahora que se ha ido, sé que se ha llevado consigo mi vida, mi esperanza, mi razón, mi corazón y mi palpitar.
Tras el abandono confuso he decidido dejarla marchar, con su amor enfadado, con sus lágrimas de sangre rodando por sus mejillas, con el engaño hiriéndole las entrañas, con mi pena repicándole en la sien.
Nuestros hijos quedaran en el olvido, nuestra casa, nuestros sueños, nuestra felicidad, nuestra vida, ya no serán nuestras.
Quizá otra mujer se apodere de su corazón y no la lastime tanto como lo he hecho yo.
No tengo razones de vivir sin su cuerpo sedoso abrazando al mío, blando, frágil, pecaminoso.
Un nudo en la garganta, en el pecho, se apodera día a día de mí, y ya se me acabaron las formas de pedir perdón,
Lo único que queda por hacer es esa charla que pide, devolver sus hermosos obsequios y desaparecer por siempre de su vida.
Dejar de herirla es lo único que quiero. Dejar de existir es lo que debería.

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